
Hay problemas familiares tan comunes, que casi se consideran como lo normal. En el matrimonio por ejemplo, ¿cuántas parejas representan matrimonios felices?, con verdadero amor y fidelidad entre esposos, con hijos criados con educación, respeto y sentido de responsabilidad. Quizás pocos llenan estas normas, que en realidad no son extremadamente estrictas. Al fin y al cabo, ¿no es eso lo que debe ser normal en un matrimonio?: amor y fidelidad entre cónyuges; respeto y responsabilidad en los hijos. Estas características tan básicas, son ahora tan escasas, que al encontrarlas, lo consideramos extraordinario, casi anormal, porque lo normal, que es lo que vemos, experimentamos y generalmente esperamos, es todo lo contrario. Hoy día, al casarse dos jóvenes, se pregunta, aunque no necesariamente en voz alta: ¿cuánto tiempo van a durar juntos?
Un joven, por razones de trabajo, buscando los medios de mejorar económicamente, partió a otro país. Su esposa y su pequeña hija quedaron atrás, esperando el tiempo que pudieran reunirse con él. Habiendo regresado y estando él durmiendo en casa con su esposa, aparece a la puerta otro hombre con pistola en mano. El joven asustado protestó: «¡Está es mi casa!», a lo que el hombre con la pistola respondió: «¡Podrá ser tu casa, pero esta es mi mujer!”. La infidelidad se había hecho presente durante la ausencia del esposo.
Es un hecho indubitable que nuestras relaciones a todo nivel, con la familia, con amigos, con jefes y subalternos, con la sociedad en general, reflejan nuestra relación con Dios. Jesucristo habló de la responsabilidad fundamental del hombre diciendo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primer y gran mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:37-39). Sin un sentido de responsabilidad para con Dios, el hombre no dispone del suficiente amor y bondad como para actuar correctamente hacia su prójimo, porque esto requiere el sacrificio del yo y del interés propio a favor de los demás. Solo entregándonos a Dios podemos ser capacitados para demostrar amor y responsabilidad a los demás.
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